Después de diez años de guerra, Titus Andrònic vuelve al fin a Roma, victorioso y con la reina goda Tamora y sus tres hijos como prisioneros. Después de sacrificar, tal como ordenan los ritos sagrados, el mayor de ellos, Titus solo aspira a buscar tranquilidad y reposo, porque bajo su llevar gesto de general triunfante, vive también un hombre con el alma fatigada por la dureza de la lucha y la prematura muerte de la mayoría de sus hijos. Solo cinco quedan a su lado y, entre todos ellos, no puede disimular su devoción por Lavínia, en quien ve la esperanza de un futuro que quizás puede escapar a la violencia que lo ha acompañado a lo largo de la vida.
Poco durará, sin embargo, la calma: enseguida se verá obligado a interceder en las intrigas políticas entre Bassiá y Saturní, dos hermanos enfrentados por su derecho en la corona del Imperio. El voto de Titus a favor de Saturní precipitará una cadena fatal de hechos que convergerán, siempre, en un instinto tan universal como peligroso: la venganza.